12 de marzo de 2011

MATILDE MONTOYA, MUJER EXTRAORDINARIA.





“¿Obstetricia?, ¡debes estar loca!”, seguramente escuchó la joven de catorce años, cuando manifestaba sus deseos de estudiar una carrera; y menospreciando el incómodo “qué dirán”, a sangre y fuego tomó las aulas de la Escuela de Medicina para obtener su título de obstetra en 1873.
Su historia apenas comenzaba. Las heroicas batallas mexicanas del siglo XIX palidecieron frente a la que debió pelear Matilde Montoya, pocos años después, en plena era de paz y progreso, cuando el porfiriato anunciaba para México su ingreso al primer mundo.
Comenzó a ejercer su profesión de partera con éxito. Combinaba la obstetricia con algunos estudios de griego, latín, ciencias, letras y matemáticas. Por una enfermedad dejó la ciudad de México para instalarse en Puebla donde pronto alcanzó notoriedad, lo cual fue mal visto por los médicos varones, quienes la difamaron y calumniaron hasta que la obligaron a marcharse.
Pero regresó por sus fueros: ya no quería ser partera, ahora estudiaría para recibirse de médica cirujana.
Se matriculó en 1880 en la Escuela de Medicina en la ciudad de México y los ataques se hicieron más encarnizados. Las familias conservadoras la acusaban de “impúdica y peligrosa innovadora”.
Nada la detuvo; en 1887, don Porfirio entregó a Matilde, el primer título de médico cirujano que se otorgaba a una mujer en toda la historia de México. Satisfecha, salió del viejo edificio de la Escuela de Medicina, y con su título en mano, rodeada por sus amigos y familiares se fue a festejar a los toros.

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