9 de abril de 2009

“A partir de la mirada de los otros Simone de Beauvoir se construye a sí misma.Una reflexión socio-filosófica”

Por: Mtra. Ivonne Acuña Murillo
(Ponencia presentada en el Coloquio “Simone de Beauvoir no nació: se hizo…” Septiembre 2008)

“Me miraba en sus ojos tan tranquilamente. No me veía a mí misma más que por sus ojos: una imagen demasiado halagadora quizá pero en la cual, a grandes rasgos, me reconocía”. (Monique en La mujer rota: 189). “[…] soy demasiado sensible a la opinión ajena: debería tener más orgullo no puedo dejarme esta noche tal como me le aparezco a Jeanine […]”. (Chantal en Cuando predomina lo espiritual: 25).

Simone de Beauvoir, al igual que Frida Kalho, se retrata de manera continua a través de su obra. Sólo que en lugar de pinturas nos ofrece textos literarios. Un conjunto de historias encadenadas en las que ella aparece de tiempo en tiempo, parcial o totalmente. Pero así como Frida en sus autorretratos se dibuja, se crea y se recrea; Simone, en sus autobiografías y relatos novelados, construye una imagen de sí misma madurada con el tiempo. Todas las etapas de su vida: infancia, adolescencia, juventud y madurez aparecen ante nuestros ojos como un río largamente contemplado. Un río, que a decir de Heráclito, es siempre diferente. Pero la mirada retrospectiva de esta filósofa sobre sí misma no es una simple remembranza, De Beauvoir hace pasar su vida por el tamiz del existencialismo sartreano, analiza cada momento utilizando las categorías que desde esta perspectiva conforman la condición humana, a saber:
La conciencia: Para Sartre, lo que hace a un hombre es su conciencia, pero no la conciencia psicológica, la experiencia interna o el conocimiento de sí mismo por dentro; sino el ser transfenomenal del sujeto que trata de captarse a sí mismo como objeto. Ser consciente es estar separado de sí mismo, es mirarse a sí mismo (Roger Verneaux, 1984: 177). De Beauvoir se separa de sí misma para contemplarse desde fuera, se convierte en Marguerite, la impulsiva adolescente que, en Cuando predomina lo espiritual, se enamora de Denis, el esposo de su hermana, quien le enseña a vivir esperando siempre lo imprevisto y por quien acude sola a algunos bares de Montparnasse (Denis en la vida real no era esposo de ninguna hermana sino Jacques, el primo del que Simone estuvo enamorada y con quien soñó casarse, hasta comprender que no era el hombre apropiado para ella. Las visitas a los bares, por otra parte ocurrieron realmente, De Beauvoir en voz de Marguerite recuerda estas salidas nocturnas con las siguientes palabras:
“Pisoteaba inconscientemente todas las convenciones; aceptaba todas las invitaciones, me dejaba abordar en la calle; hubiera tenido vergüenza de impedir por alguna timidez la aparición posible del milagro. Creía poder conducir a mi antojo el gran juego de los actos gratuitos, de la aventura, y consideraba a mis compañeros como meras comparsas; lo que me salvó, creo, es que no despertaba deseos, no era bastante apetitosa. En mi comportamiento, no guardaba la menor prudencia” (1989: 234).
Es también Marcelle la hermana de Marguerite y esposa de Denis, quien desde joven “espera un destino a su medida” pues “quisiera gigantes y sólo existen hombres” (1989b: 28). Una vez desilusionada de Denis decide que su destino es ser “la compañera de un hombre de genio” para después descubrirse a sí misma como “una mujer de genio” (Ibídem: 53).
Igualmente, se personifica en la figura de Chantal, la joven pequeñoburguesa cuya familia venida a menos no puede darle el nivel de vida que llevaban otros miembros de su familia, incluida una dote, condición que la sitúa en un punto de observación divergente que le permite “liberarse” de la tradición burguesa y del papel que toda joven mujer debía cumplir –“hacer un buen matrimonio y tener hijos”. Chantal es amiga de Anne (Zaza en la vida real, gran amiga de Simone que muere cuando ambas son muy jóvenes) a quien trata de salvar de su madre quien representa todos los valores de la burguesía que De Beauvoir desprecia y rechaza -el individualismo, el idealismo y el espiritualismo, los cuales logra trascender, a decir de ella misma, gracias a su encuentro con Sartre (1972: 24)-, a raíz de las tribulaciones sufridas por Zaza atrapada entre el amor de su madre, quien creyendo hacer lo correcto la presiona para que cumpla con el papel que socialmente le fue asignado y el hombre a quien ama, Pascal -Maurice Merle-Ponty en la vida real-, y de quien pretenden separarla. La idea que la madre de Zaza tiene de lo “adecuado” para una joven del nivel social de su hija la lleva a reprocharle “(…) es inmoral que te niegues a cumplir tu misión de mujer” (1989b: 151). Todas estas tribulaciones, angustias, dudas y temores sufridos por Zaza en los últimos meses de su vida son detalladas por De Beauvoir, en Cuando predomina lo espiritual. Recrea el ambiente burgués en que se desarrolla este drama y lo atrapa en frases como aquella puesta en labios de Anne, que resiente la actitud de su madre quien, en palabras de ella misma, “No teme por mi virtud, sino por mi reputación; en casa, lo que se mira como la peor conducta, es dar que hablar” (Ibidem: 181).
La señorita Plattard, otra protagonista de la misma trama es una joven profesora de Liceo quien cuenta otra parte de la vida de Simone.
Un elemento muy utilizado por De Beauvoir en sus relatos son los diarios, éstos le permiten salir de sí misma y analizarse a conciencia a partir de sus personajes femeninos; por ejemplo, Chantal, en Cuando predomina lo espiritual y Monique una de las protagonistas de la Mujer Rota llevan uno.
La libertad, segunda categoría: para De Beauvoir, “La humanidad es una serie discontinua de hombres libres aislados irremediablemente por su subjetividad” (1982: 50). Sartre, por su parte, afirma que la libertad no es una cualidad o una propiedad de la naturaleza del sujeto, ‘es precisamente la entrada de su ser’. Por su libertad el ser humano es para sí mismo su propio fundamento. La libertad se realiza y manifiesta por sus proyectos, por la actividad que ejerce, por su comportamiento global con el mundo. En este sentido, De Beauvoir afirma en relación al sujeto que “Lo que se ha hecho por él forma parte de la situación que su libertad trasciende” (1982: 81). Pero la libertad no puede ser entendida al margen de una tercera categoría.
La existencia: Para los existencialistas, “existir” no es sinónimo de ser (...) la existencia no es un estado, sino un acto, el paso mismo de la posibilidad a la realidad. La existencia es el privilegio del ser humano y lo que define su condición como tal. Por tanto, “existe auténticamente sólo aquél que se elige libremente, que se hace a sí mismo, que es su propia obra” (Paul Foulquié, 1973: 61). Para existir es necesario elegir lo que uno será (la esencia). De ahí que la existencia preceda a la esencia. “Para existirnos (...) es necesario optar sin cesar por aquel que queremos devenir” (Ibídem: 62). Y para elegir es necesario existir. Pero existir no es sólo “estar”, es “estar en situación”. Existencia es entonces una cierta presencia efectiva en el mundo.
Estas dos categorías, la libertad y la existencia, aparecen en la obra de la autora que nos ocupa no sólo a partir de acciones concretas sino de reflexiones de tipo filosófico. Paso a paso De Beauvoir trasciende lo que los demás han hecho de ella; es decir, la situación en la que la han colocado, para alcanzar la libertad. Rompe con el estereotipo de la mujer burguesa y con el papel que de acuerdo a éste le estaba deparado para atreverse a elegirse a sí misma. Se elige continuamente a partir de las situaciones que los otros crean: decide existir como mujer soltera y sin hijos para ser libre, decide existir en libertad para ser la compañera de un hombre de genio; finalmente decide existir como mujer de genio para ser libre.
Dos últimas categorías existencialistas delinean la obra de Simone, La acción: que proyecta al sujeto hacia el porvenir, un porvenir que no está prefigurado en ninguna parte; es el movimiento de su trascendencia hacia el objeto, hacia la consecución de un proyecto. El hombre es acción dice de Beauvoir (1982: 111). Y La trascendencia: el hombre es un ser trascendente en la medida que lucha por ser, en que busca el ser, ir más allá, siempre en el cumplimiento de un proyecto, que a su vez se vuelve el primer paso del siguiente.
En este caso, De Beauvoir logra esa trascendencia hacia el objeto, en la medida en que todas sus acciones están encaminadas a cumplir lo que llama su “proyecto original”; esto es, “conocer y escribir” (1988: 33).
Una vez planteado someramente el esquema existencialista es posible afirmar que en la obra de Simone de Beauvoir, la mirada ocupa un lugar central. La mirada de los otros coloca al sujeto “en situación”, pues implica: el poco o mucho conocimiento que tienen de él, sus expectativas, deseos, ilusiones, exigencias, peticiones, esperanzas, etc. Asimismo, a través de la mirada de los Otros el sujeto construye su identidad, se informa de aquello que los otros esperan de él y planea sus acciones presentes y futuras, ya para confirmar ya para rechazar aquello que esos Otros esperan. En El Segundo Sexo, obra fundadora del feminismo contemporáneo, De Beauvoir sostiene que “Desde que el sujeto busca afirmarse, el Otro que lo limita y lo niega le es necesario, pues no se alcanza sino a través de esa realidad, que no es él [...]” (Tomo II: 181).
En Para qué la acción, reafirma esta postura al decir que “no hay ser sino por la presencia de una subjetividad que lo devele” (1982: 112).
Llegado a este punto, cabría preguntarse, ¿cómo es que a través de la mirada los otros colocan al sujeto en situación? y ¿qué libertad para actuar puede tener un sujeto una vez situado? La respuesta a la primera pregunta es que de la “mirada” se derivan juicios de valor con respecto al sujeto que es mirado y formas de acción concretas de quien mira. De tal suerte, que esas acciones soportan un escenario en el cual el Otro queda “situado”.
La segunda, la da la misma De Beauvoir en Para qué la acción, escrito donde sostiene que los individuos son libres aún en las situaciones más adversas y limitantes. Afirma, el hombre “es libre en situación”, aún ante el verdugo quien se esforzará en vano, si su “víctima se quiere libre, lo seguirá siendo hasta en el suplicio, y la lucha y el sufrimiento no harán sino engrandecerlo” (1982: 86).
En El segundo sexo continua, “No hay presencia del Otro sino cuando el Otro está presente ante sí mismo: es decir, que la verdadera alteridad es la de una conciencia separada de la mía e idéntica a sí misma. La existencia de los otros hombres es la que arranca a cada hombre de su inmanencia y le permite cumplir la verdad de su ser, cumplirse como trascendente, como acto hacia el objeto, como proyecto” (1989a:181).
Por otra parte, De Beauvoir no sólo aplica el esquema existencialista al análisis de su propia vida sino a la vida de sus protagonistas, lo hace con Monique, personaje principal de la Mujer rota. En esta obra, funde literatura y filosofía permitiendo a sus lectores allegarse a la segunda de una manera concreta. Muestra paso a paso la “angustia” de Monique en su constante proceso de elección, mismo que la lleva a elegirse, irremediablemente, como una mujer abandonada.
En esta obra Monique narra su propia historia a partir de su diario íntimo, el cual ocupa el lugar de su conciencia, a través de éste se mira a sí misma, escudriña su pasado y lo resignifica en función de un presente desconcertante y de un futuro aterrador.
Monique lleva casada alrededor de 20 años y es madre de dos hijas, una casada y la otra soltera, profesionista exitosa que vive en otro continente. Desde el inicio de su matrimonio renunció a definirse desde sus propios parámetros y transformó la mirada de los Otros en fuente de su identidad. Se convirtió en su propio reflejo visto en los ojos de los Otros, no sólo de su marido e hijas sino de sus amigas, incluso de los esposos de éstas, esperando que entre todos le devolvieran la imagen que ella se había construido a partir, precisamente de los juicios de valor de ellos, de sus miradas.
Se eligió, diría Simone de Beauvoir, como una mujer sin orgullo, que fue por el mundo con paso seguro, que se cuido de no crear otro proyecto que aquel que valorizaran las personas a quienes creía seguras -su esposo e hijas- y resultó que cada uno tenía su propio proyecto y que ella desempeñaba un papel muy pobre en éste: la esposa abandonada, la madre lejana o a la que se visita una vez por semana, si hay tiempo, y sólo para asegurarse que no se haya cortado las venas.
Aquí cabría preguntarse ¿cómo era ese mundo en el que ella “estaba situada” cuando decidió que su proyecto era el de los Otros? Se podría responder que no sólo ella, sino su esposo, hijas, amigas, amigos son sujetos “situados” en una sociedad basada en una cultura masculina y misógina, que se presenta como hegemónica, en la cual las mujeres son seres de segunda, el segundo sexo como lo llamó la misma De Beauvoir, en la cual las opciones dadas a éstas se restringen al papel de esposa-madre-ama de casa.
Sin embargo, durante la vida de Monique esa sociedad sufre cambios importantes a partir de 1968, año que marca el inicio de una nueva era cuando millones de jóvenes se asumieron libres y ejercieron esa libertad con todas sus consecuencias. Pero si este era el contexto ¿qué pasó con Monique?, ¿acaso la liberación sexual y el feminismo no fueron suficientes para crearle una visión del mundo diferente a la que su madre y su abuela compartían? ¿El ejemplo mismo de su hija profesionista no le dio luz para pensarse desde otro lugar? Al parecer no, como todo ser social ciñó su conducta en función de sus relaciones con otros seres conscientes a quienes permitió le impusieran su propio concepto del mundo y que limitaran sus posibilidades de elegirse a sí misma, como una mujer diferente de aquella en la que terminó convirtiéndose.
Se podría afirmar que atendiendo a la libertad que de Beauvoir le concede, decidió “asumir” aquellas maneras de ser independientes a ella y plantarse en una actitud de espera y dependencia de los Otros. Sin embargo, en Para qué la acción, De Beauvoir afirma que “Monique negó su libertad para lanzarse por el mundo sin cálculo, sin apuestas, sin definir ella misma toda apuesta, toda medida” (1982: 108). Dejo a los otros las decisiones fundamentales en las que su porvenir estaba involucrado. Pero ¿es acaso que eligió libremente ser llevada por los otros a un futuro incierto en donde ella se quedó sola, abandonada y frágil? De nuevo responde De Beauvoir “es necesario que otro me proyecte hacia un porvenir que reconozco como mío”; esto es, “es preciso que el proyecto por el cual otro me confiere la necesidad sea también mi proyecto” (Ibidem: 106). Y es así que el proyecto de los otros no era realmente el proyecto de Monique, ella no tenía proyecto, no buscó trascender, no se eligió para ser ella misma. Finalmente, lo único que queda para ella es la soledad de una casa, de una vida.
No logró encaminarse hacia su ser, no se eligió a sí misma. De Beauvoir confirma que “Es sólo mediante mi libre movimiento hacia mi ser que puedo confirmar en su ser a aquellos de quienes espero el fundamento necesario de mi ser. Para que los hombres puedan darnos un lugar en el mundo, es necesario ante todo que haga surgir alrededor de mí un mundo donde los hombres tengan su lugar: hace falta amar, querer, hacer” (1982: 109).
Por supuesto, a diferencia de Monique, muchas mujeres a lo largo de la historia han sido capaces de “elegirse” de otra manera, han roto los estereotipos que las “situaban” en un papel tradicional y que les asignaban aquellas actividades propias de su sexo; como aquellos cientos y cientos de mujeres acusadas de brujas que murieron en la hoguera, Juana de Arco, Georges Sand, la misma Simone de Beauvoir. Todas ellas fueron capaces de “hacer algo diferente con aquello que hicieron de ellas” y buscaron en los Otros aquellos proyectos que casaban con el suyo, para entonces apropiarse de ellos.
Simone de Beauvoir decidió, a partir de “lo que los otros hicieron de ella, hacer algo diferente”; trascendió su “ser situado” para ser quien quería ser, existió como una mujer libre para “conocer y escribir”; existió como una mujer libre para amar a quien ella eligió y a su manera; eligió hacer lo que hizo para ser libre., en resumen “existió para ser”.
Conclusión
Como se mostró a lo largo de esta presentación Simone de Beauvoir es una filósofa capaz de mirarse a sí misma como objeto, es consciente de sí misma. Es libre para hacer de sí misma su propio fundamento. Existe en la medida que convierte en realidad sus posibilidades, se elige libremente, se hace a sí misma, es su propia obra. Se proyecta hacia el porvenir, trasciende en la medida que lucha por ser y cumplir su “proyecto original”, “conocer y escribir”.
En Simone de Beauvoir, el cogito cartesiano se transforma en “existo luego soy”. Pero aquí agregaría que también podemos verlo como “me miran, me miro, luego soy”. De esta forma, De Beauvoir, pasa de ser la mujer situada por la mirada de los Otros, a la mujer puesta en situación por sí misma. Se puede sostener que Simone de Beauvoir “se hizo mujer consciente, libre, trascendente y actuante hacia un fin determinado a partir de la mujer que los otros hicieron de ella y que eligió no ser”.
Así, puede afirmarse que De Beauvoir, como buena existencialista, no niega la dependencia del mundo y que por eso mismo admira “lo que alguien ha hecho con eso que hicieron de él”. He ahí la condición humana y su dimensión social.
Referencias
Beauvoir, Simone de (1982), ¿Para qué la acción?, Argentina, Editorial Leviatán.
- (1988), Final de cuentas, México, Editorial Hermes.
- (1989a), El segundo sexo, Buenos Aires, Ediciones Siglo Veinte.
- (1989b), Cuando predomina lo espiritual, Barcelona, POCKET/EDHASA
- (1991), La mujer rota, México, Editorial Hermes, Narrativas Contemporáneas,. (1968).
- (1999), Memorias de un joven formal, Buenos Aires, Editorial Sudamericana. (1958).
Foulquie, Paul, El existencialismo, Barcelona, Oikos-tau Ediciones, 1973.
Verneaux, Roger, Lecciones sobre existencialismo, Buenos Aires, Club de Lectores, 1984.

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