27 de abril de 2009

¿La dominación masculina en entredicho?

¿La dominación masculina en entredicho? 1
Androcentrismo y “crisis de masculinidad” en la producción científica reciente
Por: François Graña

La problematización de las relaciones de género evoca prácticas sociales en las que los hablantes se perciben a sí mismos irremediablemente involucrados. Es que las relaciones de género -a diferencia de otras relaciones sociales- parecieran inscribirse en la propia anatomía de nuestros cuerpos. Se asemejan así a las identidades étnicas: su extraordinaria fuerza persuasiva reside en la colonización sociocultural de atributos físicos. Solapadas tras diferencias fenotípicas, las determinaciones sociales de estas relaciones se vuelven virtualmente “invisibles”. La evidencia abrumadora que transmiten los sentidos, se torna indiscutible por antonomasia: es mujer, por tanto débil. El carácter “intimista” y perturbador de la tematización del género, la banalización camuflada en la ironía o el chiste, o -más flagrante- su confinamiento a “cuestiones de mujeres”, parecerían denunciar una mirada que incomoda porque se dirige a plexos no problematizados del mundo de la vida. O simplemente, porque jaquea la dominación masculina.

“... masculinities are socially constructed, not the property of some timeless essence, either mythical or biological”
M. S. Kimmel (1998)

Masculinidad y ciencia social

En estos últimos años, la cuestión de la masculinidad ha venido suscitando un interés creciente en ciencias sociales. Múltiples investigaciones convergen e interactúan con los estudios de género que cuentan ya con una importante legitimación en el debate académico y social; hasta hace poco tiempo, estos estudios tenían por centro la cuestión femenina y eran protagonizados fundamentalmente por mujeres. Así, junto a los “estudios de mujeres” en que éstas eran -predominantemente- objeto y sujeto de investigación, vienen haciéndose un lugar creciente los actuales “estudios de género” con cierta contribución masculina que aporta nuevos tipos de preocupación (Ondina Fachel Leal 1998, Sonia Montecino 1996).

Las lecturas que hemos podido hacer son todavía fragmentarias, y seguramente sesgadas por el arbitrio de los materiales a los que accedimos efectivamente. Habida cuenta de este recaudo, tres acercamientos nos han parecido los más desafiantes.

En primer lugar, una extensa compilación de Carol C. Gould (1997) que reúne 48 textos diversos. En casi todos estos trabajos, la atención se dirige a la distinción entre sexo y género, enfatizando –desde los más diversos acercamientos- la implicancia fuerte de la “desbiologización” de la condición de género. El anclaje biológico en proceso de revisión reservaba los asuntos de género al saber médico, a las “ciencias de la naturaleza”. La reificación de los efectos de la interacción social en “esencias naturales” encontraba por tanto libre curso, la perspectiva desplegada suponía la premisa no problematizada de la “desocialización” de las relaciones entre hombres y mujeres: éstas se regían por preceptos divinos, relevados más tarde por leyes de la vida tan inmanentes como sus predecesores religiosos. Liberadas de aquellos encorsetamientos, las cuestiones de género pueden ahora dirigirse a procesos de socialización y determinaciones socioculturales que la investigación crítica deberá identificar. Para numerosos autores que aquí exponen, esta labor supone la deconstrucción de la noción iluminista de un “universal humano” que ha venido identificando humano con varón y humanidad con hombres, desde hace casi tres siglos.2

En segundo lugar, el trabajo editado por Teresa Valdés y José Olavarría (1997) brinda un abanico actualizado de investigaciones latinoamericanas sobre identidad(es) masculina(s), enfatizando trabajos sociológicos y antropológicos que aportan materiales teóricos y empíricos a la reflexión sobre la masculinidad en tanto construcción social, por tanto histórica y contingente.

En tercer lugar, recogeremos brevemente los tramos centrales de la discusión recientemente desplegada por dos autores prominentes de nuestra disciplina: Anthony Giddens y Pierre Bourdieu.

Para Anthony Giddens (1995), las últimas décadas de este siglo escenifican y testimonian la emergencia de una nueva “sexualidad plástica”, es decir, liberada de su ligazón ancestral con las funciones reproductivas. La posibilidad misma de tal desconexión (i) constituye un hecho novedoso y destinado a conmover en profundidad la condición histórica “falocéntrica” de nuestra civilización; (ii) echa raíces en el creciente igualitarismo socioeconómico de las últimas décadas, y (iii) anuncia la -eventual- emergencia de una “pura relación” democratizante entre los sexos. Tal, en pocas palabras, el desafío levantado por el sociólogo británico (discutiremos más adelante otras ideas del autor).

Publicado en noviembre de 1998, el volumen de Pierre Bourdieu sobre la dominación masculina procura desentrañar los procesos responsables de la transformación de historia en naturaleza que han hecho de la diferencia –contingente, cultural y arbitraria- entre masculino y femenino, una “nécessité socio-logique” naturalizada. Para el sociólogo francés, la visión androcéntrica –laboriosamente construida desde los albores de la “civilización mediterránea”- ha erigido en esencia natural lo que no es más que un proceso de construcción histórica. Bourdieu asienta ampliamente su reflexión en el análisis etnográfico de la cultura androcéntrica de los campesinos montañeses berebere de Kabylia. ¿Por qué esta elección? El autor sostiene que el patrimonio cultural de estos norafricanos (i) se ha mantenido notablemente incambiado al filo de los siglos, y (ii) representa una forma paradigmática de visión androcéntrica cuyas trazas pueden rastrearse en las estructuras sociales y cognitivas de todas las sociedades mediterráneas. En tanto las diferencias anatómicas entre los sexos se erigen en “fundamento y garantía de apariencia natural de la visión social que la funda” (op.cit. p.16),3 la “fuerza natural” de la dominación masculina reside en este principio de causalidad circular fijado por vía de su reproducción milenaria. El juego de diferencias y antagonismos entre masculino y femenino se inserta en un sistema de oposiciones que informan las estructuras cognitivas de la “cultura mediterránea”. De esta manera, la relación masculino-femenino en tanto dominante-dominado remite “naturalmente” a un juego de polaridades homólogas en que aquélla se aprehende como universalmente justificada: activo-pasivo, claro-oscuro, afuera(público)-adentro(privado), encima-abajo, derecha-izquierda, seco-húmedo, duro-suave, etc.

Comprendida en/por este juego de polaridades, la relación entre sexos aparece como una relación de dominación construida por el principio de división fundamental entre masculino (activo, claro, público, etc.) y femenino (pasivo, oscuro, privado, etc.). Este principio “…crea, organiza, expresa y dirige el deseo masculino como deseo de posesión, como dominación erotizada, y el deseo femenino como deseo de la dominación masculina, como subordinación erotizada y, más aún, como reconocimiento erotizado de la dominación” (op.cit. p.27). El movimiento circular que va desde la fisiología de los sexos hacia estructuras cognitivas universalistas que los incluyen, se cierra con el retorno de estas estructuras sobre la anatomía sexual: la “masculinización” del cuerpo masculino y la “feminización” del cuerpo femenino se constituyen en procesos históricos de largo aliento que determinan “…una somatización de la relación de dominación, así naturalizada” (op.cit. p.62).

Algunas de estas ideas serán tematizadas a lo largo de esta exposición. A continuación, revisaremos brevemente la concepción freudiana de la sexualidad humana, sin duda muy presente –en el acuerdo o el disentimiento- en la discusión contemporánea. Recorremos después las implicancias más resaltantes de la masculinidad vista como construcción sociocultural. Le seguirá un rápido recapitulativo de las principales líneas argumentales que cuestionan la dominación ancestral del varón. Daremos cuenta luego de algunos datos ilustrativos de las transformaciones estructurales que han disminuido las desigualdades socioeconómicas seculares entre hombres y mujeres, para terminar con alguna reflexión.

Freud: de la biología a la sociedad

Debemos a Sigmund Freud el primer acercamiento científico hacia una sexualidad específicamente humana. Como es sabido, sus primeros trabajos estaban firmemente timoneados por la búsqueda del sustrato material de los productos de la psique humana; su proyecto intelectual tenía por horizonte la identificación de conexiones causales entre los mecanismos neuro-biológicos y las representaciones mentales. Las consecuencias que extrae de sus propios hallazgos lo alejan progresivamente del suelo biológico, llevándolo a la elaboración de su teoría del inconsciente. En este nuevo continente discursivo emerge la noción de una actividad psíquica específica, auto-referida y por tanto objeto de una elaboración científica autónoma respecto de las ciencias biológicas. El discurso científico del inconsciente incorpora la idea de la introyección de determinaciones psíquicas de raigambre social en el proceso de conformación de las identidades sexuales; por esa puerta entreabierta habría de colarse –al menos como virtualidad- la “desnaturalización” de los objetos a los que se dirige la pulsión sexual humana.

La teoría freudiana permite concebir por primera vez la sexualidad específicamente humana como una pulsión polivalente y polimorfa, como virtualidad maleable y no entidad fija o esencia inmanente. Esto significa que los objetos hacia los que se dirige la atracción sexual humana no están preestablecidos, no son caracteres somáticos ni hereditarios; estos objetos se constituyen como tales durante la primera infancia, en interacción con los miembros del núcleo familiar, lo que los vuelve históricos y contingentes. Son, en definitiva –aunque no sean las palabras de Freud- elaboraciones socioculturales. La dirección de este proceso constitutivo está condicionada por los vínculos familiares que componen nuestra primera socialización. En definitiva, las identidades sexuales no nacen sino que se estructuran en interacción con los tutores del pequeño humano.

Para el fundador del psicoanálisis, los primeros años de vida están signados por la omnipresencia de la madre, primer adulto al que profesamos un amor incondicional. Pronto, el niño erige en modelo la figura del padre que percibe distante y poderoso, desarrollando hacia él un ambiguo sentimiento de atracción: envidia su pene, símbolo de un poder que admira y teme a la vez. Este proceso de identificación masculina conlleva también una pérdida dolorosa: la afirmación de su autonomía supone la renuncia a identificarse con su madre. La afectividad tempranamente dirigida a la madre alienta deseos sexuales pasivos y atracción erótica hacia otros hombres; estos deseos serán severamente reprimidos en el proceso de construcción de la masculinidad. Tal represión –dictada por compulsiones sociales que vehicula la educación- no logra eliminar definitivamente aquella orientación erótica, que “sobrevive” en las profundidades del inconsciente y ejerce desde allí –o puede hacerlo- cierto influjo sobre el yo.

El aparato genital humano es masculino: sobre este punto, Freud no deja sombra de duda; el sexo se define por la posesión del falo en el hombre, y sobre su carencia se erige la sexualidad femenina. La femineidad se constituye también en relación al falo, sólo que negativamente; el dolor psicológico constitutivo de la sexualidad femenina reside en el “complejo de castración y envidia por la posesión del pene” (Freud 1986:415). Si, por una parte, el médico vienés escandalizaba a sus pacatos contemporáneos revolucionando las ideas existentes hasta el momento acerca de la sexualidad, brindaba al tiempo un fuerte asidero racional a una concepción nítidamente falocéntrica erigida sobre la noción de un único aparato genital masculino que se posee o se carece. Esta ambivalencia del pensamiento freudiano se encuentra en la base de una controversia con fuertes ecos en la actual literatura psicoanalítica.

¿Es posible desprenderse del patriarcalismo presente en la teoría freudiana de la sexualidad y retener sus hallazgos indiscutibles, o bien se trata de un corpus conceptual solidario a tomar o dejar? Es sin duda una discusión abierta; en el marco acotado de esta exposición no interesa ahondar en el asunto. Sin pretensiones de saldo tácito, nos parece que las potencialidades críticas de un enfoque “socializado” de la constitución de los géneros puede encontrar asidero en Freud. Es lo que se desprende –entre otras lecturas- de un importante texto de Nancy Chodorow. Puede leerse allí:

“My investigation suggests that our own sense of differentiation, or separateness from others, as well as our psychological and cultural experience and interpretation of gender of sexual difference, are created through psychological, social and cultural processes, and through relational experiences. We can only understand gender difference, and human distinctness and separation, relationally and situationally”. (Chodorow 1997:38)4

Examinaremos ahora brevemente la discusión acerca del carácter social de la identidad del varón contemporáneo.

Los hombres no nacen, se hacen...

En las líneas que siguen, comentaremos brevemente las implicaciones de la condición masculina en tanto constructo social, siguiendo la revisión bibliográfica en la que reposa la presente exposición. El recorrido está muy lejos de ser exhaustivo. Se trata apenas de un fresco impresionista todavía parcial, una multiplicidad de rápidas miradas dirigidas a los problemas de la construcción social de la masculinidad en nuestras sociedades contemporáneas.

El varón inventado

El sociólogo español Josep Marqués (1997) propone desenmascarar la supuesta coincidencia entre la condición actual de varón y la “normalidad o plenitud del sujeto humano” a la que no habrían llegado las mujeres en virtud de la represión y discriminación seculares. Marqués señala cómo, desde muy temprano en su socialización, el varón aprende a minimizar las diferencias respecto de sus pares y a aumentar las que lo(s) separa(n) de “las mujeres”. El carácter social de la construcción de su masculinidad se camufla tras la reificación de la importancia social del mero hecho de nacer varón. Tal importancia y superioridad es aprendida desde la primera infancia, en la percepción de la relevancia de su padre en el hogar, en el orgullo materno por haber traído al mundo un varón, en definitiva en la captación de los roles más protagónicos, interesantes y poderosos ejercidos por sus congéneres. Por otra parte, la multiplicidad de modelos y cualidades –a menudo contradictorias- en que se desdobla la condición masculina, posibilita su adopción sin por ello realizar esfuerzos extraordinarios: así, no todos los hombres somos Stallone o Schwarzenegger, lo que no invalida el carácter “oficialmente masculino” de la rudeza y la fuerza. La multiplicidad de roles y modelos constitutivos de la condición de varón permite combinar la convicción de ser ya importante por haber nacido hombre, con la obligación de destacar en algún ámbito para demostrarlo; ambos mensajes (uno tranquilizador, el otro inquietante) coexisten en dosis variables.

Esa femineidad que contamina

Una investigación reciente de Norma Fuller (1997) parte igualmente de la crítica al supuesto de una masculinidad intrínseca. Con base en 40 entrevistas a varones peruanos de la élite intelectual expuesta a discursos cuestionadores de los privilegios femeninos, la antropóloga delinea una representación de la masculinidad fundada en la adquisición temprana de atributos de fuerza física, control de las emociones, sexualidad activa y repudio a toda “femineidad contaminante”. La reproducción del sistema de género heterosexual y patriarcal se funda –concluye Fuller- en una prescripción polar de sexos/géneros que excluye la homosexualidad, esa identidad “antinatural” puesto que no vinculada a la actividad reproductiva. La construcción social del varón tiene su momento crítico en la adolescencia y juventud dominadas por el juego de emulación-competencia entre pares y la multiplicación viril de conquistas. A medida que el joven madura con su ingreso a la universidad o al mercado laboral, la representación de la masculinidad migra hacia la responsabilidad, el trabajo y el éxito social. Las cualidades masculinas que emergen de ese proceso son –en dosis variables- “...la actividad, la competencia y el altruismo social” (op.cit. p.142). Finalmente, la conjunción plena de sexo y poder se consuma con el matrimonio y los hijos, en roles de autoridad protectora y responsable, en una sexualidad activa dentro o fuera del matrimonio. La centralidad de la autoridad en el hogar para la construcción de la masculinidad deriva de la naturaleza “peligrosa” del espacio doméstico, que es femenino por definición y que por tanto debe someterse sin sombra de duda a la autoridad masculina. La investigadora señala como dispositivo importante en la producción de identidades sexuales, la dualidad casa/calle:

“A pesar de que lo masculino se asocia a la calle, el hombre no es sólo exterior sino ambivalente. Criado entre mujeres, debe conquistar la calle al llegar a la pubertad, pero la casa es siempre suya (...) Mientras que los hombres son poseedores naturales de la calle, las mujeres sólo pueden acceder a ésta cuando están bajo su protección o bien deben someterse a las reglas de juego masculinas” (op.cit. p.147).

Tiempos difíciles para el macho latino

El antropólogo Matthew Gutmann hurga en el significado de ser hombre en una zona urbana de México. De la condición socialmente determinada de los géneros, debe desprenderse cierta variabilidad asociada a los diversos grupos sociales, y sin percibir esta especificidad nada podría decirse precisamente de las determinaciones sociales que permiten comprender las identidades de género:

“Una comprensión del cuerpo y de la sexualidad requiere un examen de factores culturales e históricos, y no simplemente una inspección de los genitales. A pesar de la importancia del género y de la sexualidad en muchos aspectos de la existencia humana hoy e históricamente, la calificación de género en la vida social nunca ha sido transparente” (Gutmann 1997:154).

En una dirección confluyente, la antropóloga Mara Viveros (1998) propone que la masculinidad, lejos de ser innata, constituye una categoría polisémica, relacional e histórica. Los resultados de su investigación en la población colombiana de Quidbó muestran al padre del joven varón que representa fuerza, firmeza y control emocional, y la madre que lo estimula a “ser hombre” desarrollando características opuestas a las femeninas de frivolidad, indiscreción y variabilidad. Pero los cambios socioeconómicos recientes golpean a la puerta de los hogares y sacuden los cánones masculinos más tradicionales. Así los nuevos patrones de inserción laboral de las mujeres, que se muestran asociados a una “crisis de la masculinidad” en América Latina, expresada en términos de cierta pérdida de autoridad derivada de la disminución del rol de los hombres en tanto proveedores económicos. Por otra parte, Viveros hace notar cierta erosión del discurso legitimante de la superioridad del hombre, más particularmente en los sectores medios urbanos. No puede hablarse aún de transformaciones sustantivas y duraderas en el comportamiento de los hombres, aunque sí se aprecia la emergencia de “nuevos modelos de ser hombre” (op.cit. p.126). Así, numerosos “hombres modernos” de la clase media quidboseña reconocen que la supremacía masculina con base en la virilidad es criticable y debe ser superada, aunque no se sientan aun preparados... Para ellos, ser hombre supone ser responsable y trabajador, pero también conquistar mujeres, ganar reconocimiento social, participar de competencias deportivas y consumir buenas cantidades de alcohol.

Soy hombre y aguanto

Para Michael Kimmel (1997), la masculinidad está conformada por un conjunto de significados cambiantes, aunque recorridos por una constante: la construcción histórico-social de la virilidad tiene lugar en oposición a las mujeres y a las minorías sexuales y raciales. Así, la masculinidad es ante todo una “huida de lo femenino” originada en la necesidad de distanciarse de la madre que representa la infancia desvalida, dependiente y castrada que el varón poderoso debe sepultar (los ecos freudianos de la aproximación son expresamente asumidos por el autor). Así, “la identidad masculina nace de la renuncia a lo femenino, no de la afirmación directa de lo masculino, lo cual deja a la identidad de género masculino tenue y frágil” (ibid. p.53). Esta renuncia y distanciamiento constitutivos de la masculinidad explican la tendencia a devaluar a todas las mujeres en su condición de encarnaciones de aquellos rasgos que se desprecian y temen. El temor al fracaso alienta una competencia implacable entre pares en el espacio social, y carga las pilas del rechazo al homosexual:

“La homofobia es el miedo a que otros hombres nos desenmascaren, nos castren, nos revelen en nosotros mismos y al mundo que no alcanzamos los estándares, que no somos verdaderos hombres” (ibid.. p.57).

Este comportamiento reactivo resulta para este autor, en definitiva, predominante en la paradoja de la renuncia que estaría en la base de identidad masculina: el miedo de verse como afeminado dominaría ampliamente las definiciones culturales de la virilidad. Así el importante papel de “policía de género” desempeñado por los pares adolescentes, siempre bien dispuestos a “desenmascarar” los comportamientos afeminados o “poco hombres”.

Como ha podido apreciarse, la identidad masculina se muestra como una construcción social problemática; al tiempo, numerosas pistas señalan que las cosas ya no son lo que eran, en punto a la legitimación social de las pautas seculares de la supremacía masculina. Es esta última dimensión que focalizaremos ahora más de cerca.

La dominación del varón en entredicho

Ya nadie discute el papel destacado de los procesos de socialización en la constitución de las identidades de género. O más bien casi nadie: el determinismo biologista inspirado en el evolucionismo decimonónico, lejos de desaparecer, viene desplegando una sólida contraofensiva por vía del enfoque sociobiologista. Desde esta aproximación neo-darwinista se procura establecer, por ejemplo, un nexo “natural” entre agresividad y masculinidad que se expresa muy cómodamente en términos de analogías etológicas:

“Aggression has an evolutionary significance for primate societies -it allows dominant males to pass on their genes to suitable female partners, thus ensuring the survival of the group. What is functional for the baboon or chimpanzee is, therefore, equally functional for human males, provided one accepts the evidence that there is indeed a real continuity between primate and human behavior...” (Brittan 1997:114)5

El sistema de género en que los hombres dominan a las mujeres en todos los ámbitos de la vida social y privada incluye la práctica sistemática de la violencia: el silbido en la calle, el acoso en el trabajo, el ataque doméstico, yendo hasta las formas extremas de violación y asesinato por parte del “dueño patriarcal de la mujer”. Se trata sin duda de las manifestaciones más visibles y extremas de la preeminencia social del varón. Pero la mirada crítica hacia la dominación de género “tal como se muestra” en la interacción social, posibilita la inserción de aquellas manifestaciones más visibles en un marco explicativo más amplio. Numerosos investigadores se han visto llevados a enfatizar el carácter histórico de la preeminencia masculina y, de allí, a la identificación de configuraciones de género predominantes en su condición de resultantes de un proceso de organización social de las relaciones entre hombres y mujeres. Así por ejemplo el sociólogo australiano R. W. Connell, para quien la masculinidad como objeto de estudio puede desplegarse en la posición en las relaciones de género, las prácticas que estas posiciones asignan a ambos sexos y los efectos de estas prácticas “en la experiencia corporal, en la personalidad y en la cultura”. Este dispositivo analítico –sostiene Connell- permite invertir la perspectiva en que el “sentido común” coloca el hecho evidente del aplastante predominio masculino en cargos de responsabilidad social. Visto como efecto y ya no punto de partida del análisis, este predominio puede ahora percibirse en sus articulaciones con cierta “organización social de la masculinidad”. El autor señala las configuraciones de género presentes como en filigrana “...en la contratación y promoción, en la división interna del trabajo y en los sistemas de control, en la formulación de políticas, en las rutinas prácticas, en las maneras de movilizar el placer y el consentimiento” (Connell 1997:36).

Las investigaciones que inscriben la preeminencia masculina en prácticas que la organizan históricamente, tienden a orientarse hacia la identificación de manifestaciones de dominación, poder y violencia del varón sobre la mujer que materializan aquella preeminencia. Algunos autores postulan, sin embargo, que la interiorización de las pautas masculinistas de comportamiento incluyen la agresividad contra sí mismo, a lo largo del proceso de autocontrol requerido por el modelo hegemónico de varón dominante. De esta manera, la masculinidad es poder pero también limitación y debilidad. El modelo de varón dominante se interioriza como tensión emocional a lo largo de la socialización del hombre, y como tal necesita ser continuamente reforzada y confirmada en múltiples expresiones. Estas expresiones varían históricamente y según el grupo social de pertenencia: el joven de clase media podrá aspirar a un poder social derivado de su actividad profesional, económica, política, intelectual; el joven obrero manifestará su poder físico en el trabajo rudo, en el torneo deportivo, en sus músculos (Kaufman 1989).

Como pudo apreciarse, la perspectiva freudiana tiende a enfatizar el sentimiento de pérdida en la elaboración de la identidad masculina. Esta ambigüedad constitutiva de la identidad del varón se muestra en las múltiples caras de la agresión contra la mujer: esta agresión evidencia que la masculinidad sólo puede existir en oposición a la femineidad, lo que al tiempo demuestra su “fragilidad, artificialidad y precariedad” (Kaufman). Siguiendo a Giddens (1995:105-123), esta fragilidad e inseguridad fundantes de la masculinidad estuvieron históricamente camufladas bajo condiciones sociales de preeminencia masculina que permanecieron largo tiempo incuestionadas. Estas condiciones sociales pueden reducirse básicamente a cuatro: el dominio de los hombres en la esfera pública, la concepción “natural” o biológica de las diferencias sexuales, la división sexual del trabajo, la distinción entre mujeres “puras” (casables) e “impuras” (blanco de la sed inextinguible de conquistas sexuales). La economista y antropóloga colombiana Mara Viveros (1998) ha señalado la escisión de las mujeres en dos grupos: el de las “diablas” con las que se pueden tomar iniciativas eróticas, y el de las “niñas de casa” , eventualmente casaderas, para las cuales el deseo sexual se percibe como “falta de respeto”; a menudo la distinción se encuentra reforzada –y justificada- por barreras sociales.

Tal “fragilización” de la agresión masculina se presta sin duda a otras lecturas. Un pronunciado énfasis en la doble condición dialéctica del varón opresor/oprimido, víctima de su propia actividad opresora, puede llevar a una confusión entre explicación y justificación, y por ese camino, a una sutil inversión de los términos del problema. Resulta significativa, en este sentido, la advertencia de Marilyn Frye:

“Women are oppressed as women. Members of certain racial and/or economic groups and classes, both the males and the females, are oppressed as member of those races and/or classes. But men are not oppressed as men... and isn’t it strange that any of us should have been confused and mystified about such a simple thing?”6 (Frye 1997:102)

Erosión socioeconómica de una primacía ancestral

Las últimas décadas del siglo han sido escenario de cambios estructurales poco menos que espectaculares en el acceso de la mujer al mercado de trabajo así como a las instituciones educativas formales. Ya nadie niega los efectos socioculturales considerables que tales cambios traen aparejados en el plano de las relaciones de género así como de su percepción. Pero, ¿cuáles son los indicadores de estos cambios socioeconómicos y culturales recientes, en nuestra América Latina así como en Uruguay? En su introducción, el volumen comparativo del ambicioso trabajo de cuantificación Mujeres latinoamericanas en cifras resume las transformaciones en la vida de las mujeres latinoamericanas en las últimas décadas: “...el aumento de la esperanza de vida, la reducción del número promedio de hijos, el mayor nivel educacional y disminución del analfabetismo, su creciente incorporación y permanencia en el mercado de trabajo, el mejoramiento de indicadores de salud y utilización de anticonceptivos modernos, el aumento de la jefatura de hogar femenina”, entre otras. Revisemos algunos datos:7

1. El número promedio de hijos por mujer, que era cercano a 6 en los ’50, se redujo a 3 en los ’90; la edad de la madre primeriza aumenta con la escolaridad; las mujeres sin escolarizar registran un promedio superior a 6 hijos, en tanto las que poseen secundaria completa tienen entre 2 y 3 hijos.
2. Se sabe que hay un importante subregistro de la participación femenina en la actividad económica, no obstante lo cual en el período 1960-90 la tasa de actividad femenina pasó de 18.1% a 27.2%, en tanto los varones disminuyeron de 77.5 a 70.3%, lo que no impide que los ingresos por la misma actividad laboral sean claramente inferiores a los masculinos, y que el trabajo doméstico continúe siendo –por regla general- privativo de la mujer.
3. El nivel educacional de las mujeres “económicamente activas” es superior al de los hombres; se registran avances significativos en el acceso femenino a la educación (sobre todo superior) aunque el sistema escolar continúe reproduciendo los roles tradicionales de género expresados sobre todo en las orientaciones profesionales; el analfabetismo femenino ha disminuido aunque sigue siendo superior al masculino (salvo en Costa Rica).
4. La tasa de divorcios ha aumentado en toda la región (salvo en Venezuela).
5. En las áreas urbanas, el porcentaje de hogares con jefatura femenina pasó de 21 a 23.

Veamos brevemente algunos indicadores para el caso concreto de Uruguay. El porcentaje de mujeres trabajadoras urbanas mayores de 12 años rondaba el 30% en 1970, y veinte años más tarde había pasado al 44% (estos números se vuelven aún más significativos si tomamos en cuenta el conocido fenómeno de subregistro estadístico femenino). A inicios de los 90, más del 40% de la población económicamente activa de las áreas urbanas es femenina; al tiempo, la alta proporción de técnicas y profesionales mujeres (18%) en relación a la masculina (7%) muestra que aquéllas han requerido educación superior para acceder a esos puestos. Por otra parte, se registra un considerable aumento femenino en las profesiones tradicionalmente masculinas: en 1990, las médicas y abogadas equiparan a sus colegas masculinos.

Las uruguayas son hoy netamente mayoritarias en las matrículas de estudios medios y secundarios, aunque el sesgo de género se mantiene en la distribución entre distintas carreras convencionalmente “masculinas” o “femeninas”. Así, a fines de los ’80 el 60% del nivel secundario y el 55% del terciario eran mujeres, en tanto que representan sólo un 27% de estudiantes de Agronomía, un 37 en Ingeniería y un 34 en Medicina, en contraste con el 94% en Enfermería, 84% en Bibliotecología y 70% en Bellas Artes. Este acceso diferencial debe asociarse sin duda con la reproducción cultural del reparto de funciones según sexo, cuyas pautas pueden rastrearse desde las fases más tempranas de la socialización (Valdés y Gomáriz 1993).

Como puede apreciarse, se trata sin duda de cambios profundos y duraderos con fuerte impacto en la convivencia social. En contrapartida, la vigencia de un “sistema de género” históricamente asimétrico consagra desigualdades entre el creciente aporte femenino al desarrollo socioeconómico y su participación en las esferas de poder, que los cambios señalados hacen aún más visibles (y ominosas).

Estos cambios han afectado considerablemente las condiciones sociales señaladas más arriba, poniendo en entredicho la histórica “complicidad femenina” que encubría la sexualidad falocéntrica de existencia secular. Numerosos autores señalan el recrudecimiento de la violencia machista –real y simbólica- como reacción del tradicional modelo de identidad masculina que lame sus heridas y muestra los dientes. En esta dirección, se ha señalado por ejemplo la masificación de una producción de pornografía predominantemente destinada a consumo masculino; la pornografía representaría un estímulo heterosexual “de emoción baja y de alta intensidad” que alienta la fantasía de restitución del poder imperial del falo en tiempos en que se encuentra jaqueado desde múltiples trincheras. Típicamente, la pornografía exhibe en espectáculo a mujeres objeto de deseo pero nunca de amor, y rinde culto a la sexualidad episódica que constituye –desde tiempos inmemoriales- una manifestación de poder masculino. En suma, la exhibición pornográfica de mujeres pasivamente sometidas al poder de un falo erigido en sola fuente de placer –desde sus expresiones más “blandas” y masivas hasta las más violentas- alentaría la fantasía restauradora de una complicidad femenina con una identidad masculina que ha entrado en crisis (Giddens op.cit. pp.110-113).

Expresa sugestivamente el escritor chileno Marco A. de la Parra: “Si durante mucho tiempo el rol masculino tradicional hizo sufrir a la mujer, el nuevo rol femenino está abriendo nuevas heridas y no ha dejado en buen pie tampoco al hombre” (de la Parra 1996:43). Esta verdadera “crisis de masculinidad” asociada a transformaciones sociales de largo alcance ha dado lugar a investigaciones empíricas de importancia y significación crecientes. Para Viveros y Cañón (1997), por ejemplo, “...los nuevos patrones de inserción laboral de las mujeres con sus múltiples efectos sobre las formas de organización de la vida cotidiana” suponen cierta pérdida de autoridad masculina representada en la disminución de los roles de los hombres en tanto proveedores económicos. En el trabajo de Mara Viveros citado supra (1998), se percibía cierto distanciamiento relativo del antiguo modelo hegemónico “mujeriego toma-trago y peleador”, ligado a la penetración gradual del discurso igualitarista que cuestiona las relaciones jerárquicas de género, penetración enmarcada en los cambios socioeconómicos recientes en la sociedad colombiana. Isabel Hernández asocia la emergencia de las “nuevas masculinidades” en tanto fenómeno de clase media urbana de ciertos países latinoamericanos en que “...los hombres comienzan a reflexionar sobre la mejor forma de acompañar el movimiento reivindicativo de las mujeres” (Hernández 1998:2). Anotemos, por fin, una osada incursión en el terreno propositivo formulada por Gerónimo de Sierra, para quien “la creciente igualdad socioeconómica y sexual con las mujeres” no debe ser vivida con temor por los varones, que deberán recorrer “...un camino de convergencia ‘androgenizante’” que posibilite “la igualdad/horizontalidad en el plano de la amistad, del amor/admiración y del juego erótico” (de Sierra 1996:18).

Comentario final

Nuestra cultura ha sido relevada, registrada, reflexionada por hombres, al punto que su “masculinización” se nos aparece como una dimensión no sólo inseparable sino constituyente de sus contenidos sustantivos. ¿Qué tan lejos debemos ir en una “arqueología de saberes” destinada a deconstruir esta operación? La discusión acerca de las implicancias de tal circunstancia desde un enfoque inspirado por la re-socialización de las relaciones de género, no hace más que empezar. Por otra parte, ¿es pensable una nueva identidad masculina desde una equidad de género que no pasa hoy de una expectativa, pero que insinúa una conmoción social inimaginable, una virtual refundación de la civilización humana? El desafío se encuentra aún en fase exploratoria; los propios términos en que se viene formulando el problema son todavía tentativos, confusos y aun contradictorios. Tal parece la inquietante sospecha de Bourdieu:

“¿Cómo aprehender esta aparente perennidad [de la visión androcéntrica] –que contribuye por otra parte a conferir a una construcción histórica cierto aire de esencia natural- sin exponerse a ratificarla en el acto de inscribirla en la eternidad de una naturaleza?” (Bourdieu 1998:90)

Referencias bibliográficas

Aguirre, Rosario (1998): Sociología y género. Las relaciones entre hombres y mujeres bajo sospecha, Universidad de la República/CSIC/Doble Clic, Montevideo, Uruguay.

Bourdieu, Pierre (1998): La domination masculine, Editions du Seuil, Paris.

Brittan, Arthur (1997): “Masculinity and Power”, en Gould, Carol C. (1997): Gender. Key Concepts in Critical Theory, Humanity Press, N. Jersey, pp. 113-119.

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Notas

1. Revista de Ciencias Sociales No. 18. FCU, Montevideo, pp. 97-109.
2. Véase la sugestiva remisión de Kimmel (1998) a Rousseau, Tocqueville, Marx, Weber y Freud en la construcción de la “emergent definition of masculinity”.
3. Me responsabilizo por la traducción de esta y demás citas del original en francés, que transcribo directamente en español. Las citas en inglés son incluidas en el texto, y agrego mi traducción en nota al pie de página. F.G.
4. “Mi investigación sugiere que nuestro propio sentido de diferenciación o separación de los demás, así como nuestra experiencia psicológica y cultural de la interpretación de género de la diferencia sexual, son el producto de un proceso psicológico, social y cultural así como de experiencias relacionales. Sólo podemos comprender la diferencia de género y la distinción y separación humanas, en términos relacionales y situados”. Véase también: “...Such a construction (for this is what it is) is the essencial element in the establishment of male domination” (Brittan 1997:118).
5. “La agresión tiene un significado evolutivo para las sociedades de primates, ya que posibilita que los machos dominantes transfieran sus genes a las hembras más adecuadas, asegurando por esta vía la sobrevivencia del grupo. De esta manera, lo que resulta funcional para el baboon o el chimpancé, es igualmente funcional para los machos de la especie humana, si uno reconoce la clara evidencia de una continuidad real entre el primate y el comportamiento humano...”
6. “Las mujeres son oprimidas en tanto mujeres. Los miembros de ciertos grupos étnicos y/o económicos o clasistas, tanto hombres como mujeres, son oprimidos en tanto miembros de tales agrupamientos étnicos y/o clasistas. Pero los hombres no son oprimidos en tanto hombres... ¿y no resulta llamativo que una cuestión tan simple pueda mostrarse confusa o mistificada para cualquiera de nosotros?”
7. Extraídos de Valdés y Gomáriz 1995.

François Graña es docente e investigador del Area Relaciones Sociales de Género, Departamento de Sociología, Facultad de Ciencias Sociales, Universidad de la República, Montevideo, Uruguay. Correo-e: francois@fcs1.fcs.edu.uy

La necesidad del hombre nuevo, o mejor aún, ¿su desaparición?

Por: Julián Fernández de Quero Lucerón
http://www.ctv.es/USERS/sexpol/sexpol76.pdf

Sobre la alienación del varón

Por: Josep Vincent Marquéz
http://www.hombresigualdad.com/alienacion%20del%20varon.pdf

9 de abril de 2009

Las mujeres frente al más reciente cambio estructural: trabajo y ciudadanía

Por: Ivonne Acuña Murillo http://piem.colmex.mx/Coloquio%20de%20estudios%20de%20genero%20a%2025%20anos%20de%20la%20fundacion%20del%20PIEM/Eje%20II.%20Politicas%20publicas/Mesa%204.%20Enfoque%20de%20genero%20en%20politicas%20publicas%20especificas/Ivonne%20Acuna.pdf Video "Hay que hilar fino con los derechos laborales de las mujeres" http://www.youtube.com/watch?v=j2DrVcq4z1M

Mujeres, eslabón más frágil, pero más productivo del capitalismo

Ponencia Ivonne Acuña Murillo, El Colegio de México
http://iberoamericana.academia.edu/IvonneAcu%C3%B1aMurillo/Papers/459680/_LAS_MUJERES_Y_EL_MAS_RECIENTE_CAMBIO_ESTRUCTURAL_
CIMAC Noticias. Periodismo con perspectiva de género http://www.cimacnoticias.com/site/Enero-9-2009.36217.0.html?&no_cache=1&tx_macinabanners_pi1%5bbanneruid%5d=294
Periódico El Sol de México
http://www.emedios.com.mx/testigospdfs/20090111/150363-318d58.pdf
Diario y Semanario Debate. Periodismo de opinión independiente
http://diariodebate.info/index.php?option=com_content&task=view&id=10797&Itemid=83
La ciudad de las diosas, blog
http://laciudaddelasdiosas.blogspot.com/2009/01/mujeres-eslabn-ms-frgil-pero-ms.html
Género con clase, blog
Violenta redefinición del papel social de las mujeres
Por: Gladis Torres Ruíz
http://generoconclase.blogspot.com/2009/01/mujeres-eslabn-ms-frgil-pero-ms.html



















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“A partir de la mirada de los otros Simone de Beauvoir se construye a sí misma.Una reflexión socio-filosófica”

Por: Mtra. Ivonne Acuña Murillo
(Ponencia presentada en el Coloquio “Simone de Beauvoir no nació: se hizo…” Septiembre 2008)

“Me miraba en sus ojos tan tranquilamente. No me veía a mí misma más que por sus ojos: una imagen demasiado halagadora quizá pero en la cual, a grandes rasgos, me reconocía”. (Monique en La mujer rota: 189). “[…] soy demasiado sensible a la opinión ajena: debería tener más orgullo no puedo dejarme esta noche tal como me le aparezco a Jeanine […]”. (Chantal en Cuando predomina lo espiritual: 25).

Simone de Beauvoir, al igual que Frida Kalho, se retrata de manera continua a través de su obra. Sólo que en lugar de pinturas nos ofrece textos literarios. Un conjunto de historias encadenadas en las que ella aparece de tiempo en tiempo, parcial o totalmente. Pero así como Frida en sus autorretratos se dibuja, se crea y se recrea; Simone, en sus autobiografías y relatos novelados, construye una imagen de sí misma madurada con el tiempo. Todas las etapas de su vida: infancia, adolescencia, juventud y madurez aparecen ante nuestros ojos como un río largamente contemplado. Un río, que a decir de Heráclito, es siempre diferente. Pero la mirada retrospectiva de esta filósofa sobre sí misma no es una simple remembranza, De Beauvoir hace pasar su vida por el tamiz del existencialismo sartreano, analiza cada momento utilizando las categorías que desde esta perspectiva conforman la condición humana, a saber:
La conciencia: Para Sartre, lo que hace a un hombre es su conciencia, pero no la conciencia psicológica, la experiencia interna o el conocimiento de sí mismo por dentro; sino el ser transfenomenal del sujeto que trata de captarse a sí mismo como objeto. Ser consciente es estar separado de sí mismo, es mirarse a sí mismo (Roger Verneaux, 1984: 177). De Beauvoir se separa de sí misma para contemplarse desde fuera, se convierte en Marguerite, la impulsiva adolescente que, en Cuando predomina lo espiritual, se enamora de Denis, el esposo de su hermana, quien le enseña a vivir esperando siempre lo imprevisto y por quien acude sola a algunos bares de Montparnasse (Denis en la vida real no era esposo de ninguna hermana sino Jacques, el primo del que Simone estuvo enamorada y con quien soñó casarse, hasta comprender que no era el hombre apropiado para ella. Las visitas a los bares, por otra parte ocurrieron realmente, De Beauvoir en voz de Marguerite recuerda estas salidas nocturnas con las siguientes palabras:
“Pisoteaba inconscientemente todas las convenciones; aceptaba todas las invitaciones, me dejaba abordar en la calle; hubiera tenido vergüenza de impedir por alguna timidez la aparición posible del milagro. Creía poder conducir a mi antojo el gran juego de los actos gratuitos, de la aventura, y consideraba a mis compañeros como meras comparsas; lo que me salvó, creo, es que no despertaba deseos, no era bastante apetitosa. En mi comportamiento, no guardaba la menor prudencia” (1989: 234).
Es también Marcelle la hermana de Marguerite y esposa de Denis, quien desde joven “espera un destino a su medida” pues “quisiera gigantes y sólo existen hombres” (1989b: 28). Una vez desilusionada de Denis decide que su destino es ser “la compañera de un hombre de genio” para después descubrirse a sí misma como “una mujer de genio” (Ibídem: 53).
Igualmente, se personifica en la figura de Chantal, la joven pequeñoburguesa cuya familia venida a menos no puede darle el nivel de vida que llevaban otros miembros de su familia, incluida una dote, condición que la sitúa en un punto de observación divergente que le permite “liberarse” de la tradición burguesa y del papel que toda joven mujer debía cumplir –“hacer un buen matrimonio y tener hijos”. Chantal es amiga de Anne (Zaza en la vida real, gran amiga de Simone que muere cuando ambas son muy jóvenes) a quien trata de salvar de su madre quien representa todos los valores de la burguesía que De Beauvoir desprecia y rechaza -el individualismo, el idealismo y el espiritualismo, los cuales logra trascender, a decir de ella misma, gracias a su encuentro con Sartre (1972: 24)-, a raíz de las tribulaciones sufridas por Zaza atrapada entre el amor de su madre, quien creyendo hacer lo correcto la presiona para que cumpla con el papel que socialmente le fue asignado y el hombre a quien ama, Pascal -Maurice Merle-Ponty en la vida real-, y de quien pretenden separarla. La idea que la madre de Zaza tiene de lo “adecuado” para una joven del nivel social de su hija la lleva a reprocharle “(…) es inmoral que te niegues a cumplir tu misión de mujer” (1989b: 151). Todas estas tribulaciones, angustias, dudas y temores sufridos por Zaza en los últimos meses de su vida son detalladas por De Beauvoir, en Cuando predomina lo espiritual. Recrea el ambiente burgués en que se desarrolla este drama y lo atrapa en frases como aquella puesta en labios de Anne, que resiente la actitud de su madre quien, en palabras de ella misma, “No teme por mi virtud, sino por mi reputación; en casa, lo que se mira como la peor conducta, es dar que hablar” (Ibidem: 181).
La señorita Plattard, otra protagonista de la misma trama es una joven profesora de Liceo quien cuenta otra parte de la vida de Simone.
Un elemento muy utilizado por De Beauvoir en sus relatos son los diarios, éstos le permiten salir de sí misma y analizarse a conciencia a partir de sus personajes femeninos; por ejemplo, Chantal, en Cuando predomina lo espiritual y Monique una de las protagonistas de la Mujer Rota llevan uno.
La libertad, segunda categoría: para De Beauvoir, “La humanidad es una serie discontinua de hombres libres aislados irremediablemente por su subjetividad” (1982: 50). Sartre, por su parte, afirma que la libertad no es una cualidad o una propiedad de la naturaleza del sujeto, ‘es precisamente la entrada de su ser’. Por su libertad el ser humano es para sí mismo su propio fundamento. La libertad se realiza y manifiesta por sus proyectos, por la actividad que ejerce, por su comportamiento global con el mundo. En este sentido, De Beauvoir afirma en relación al sujeto que “Lo que se ha hecho por él forma parte de la situación que su libertad trasciende” (1982: 81). Pero la libertad no puede ser entendida al margen de una tercera categoría.
La existencia: Para los existencialistas, “existir” no es sinónimo de ser (...) la existencia no es un estado, sino un acto, el paso mismo de la posibilidad a la realidad. La existencia es el privilegio del ser humano y lo que define su condición como tal. Por tanto, “existe auténticamente sólo aquél que se elige libremente, que se hace a sí mismo, que es su propia obra” (Paul Foulquié, 1973: 61). Para existir es necesario elegir lo que uno será (la esencia). De ahí que la existencia preceda a la esencia. “Para existirnos (...) es necesario optar sin cesar por aquel que queremos devenir” (Ibídem: 62). Y para elegir es necesario existir. Pero existir no es sólo “estar”, es “estar en situación”. Existencia es entonces una cierta presencia efectiva en el mundo.
Estas dos categorías, la libertad y la existencia, aparecen en la obra de la autora que nos ocupa no sólo a partir de acciones concretas sino de reflexiones de tipo filosófico. Paso a paso De Beauvoir trasciende lo que los demás han hecho de ella; es decir, la situación en la que la han colocado, para alcanzar la libertad. Rompe con el estereotipo de la mujer burguesa y con el papel que de acuerdo a éste le estaba deparado para atreverse a elegirse a sí misma. Se elige continuamente a partir de las situaciones que los otros crean: decide existir como mujer soltera y sin hijos para ser libre, decide existir en libertad para ser la compañera de un hombre de genio; finalmente decide existir como mujer de genio para ser libre.
Dos últimas categorías existencialistas delinean la obra de Simone, La acción: que proyecta al sujeto hacia el porvenir, un porvenir que no está prefigurado en ninguna parte; es el movimiento de su trascendencia hacia el objeto, hacia la consecución de un proyecto. El hombre es acción dice de Beauvoir (1982: 111). Y La trascendencia: el hombre es un ser trascendente en la medida que lucha por ser, en que busca el ser, ir más allá, siempre en el cumplimiento de un proyecto, que a su vez se vuelve el primer paso del siguiente.
En este caso, De Beauvoir logra esa trascendencia hacia el objeto, en la medida en que todas sus acciones están encaminadas a cumplir lo que llama su “proyecto original”; esto es, “conocer y escribir” (1988: 33).
Una vez planteado someramente el esquema existencialista es posible afirmar que en la obra de Simone de Beauvoir, la mirada ocupa un lugar central. La mirada de los otros coloca al sujeto “en situación”, pues implica: el poco o mucho conocimiento que tienen de él, sus expectativas, deseos, ilusiones, exigencias, peticiones, esperanzas, etc. Asimismo, a través de la mirada de los Otros el sujeto construye su identidad, se informa de aquello que los otros esperan de él y planea sus acciones presentes y futuras, ya para confirmar ya para rechazar aquello que esos Otros esperan. En El Segundo Sexo, obra fundadora del feminismo contemporáneo, De Beauvoir sostiene que “Desde que el sujeto busca afirmarse, el Otro que lo limita y lo niega le es necesario, pues no se alcanza sino a través de esa realidad, que no es él [...]” (Tomo II: 181).
En Para qué la acción, reafirma esta postura al decir que “no hay ser sino por la presencia de una subjetividad que lo devele” (1982: 112).
Llegado a este punto, cabría preguntarse, ¿cómo es que a través de la mirada los otros colocan al sujeto en situación? y ¿qué libertad para actuar puede tener un sujeto una vez situado? La respuesta a la primera pregunta es que de la “mirada” se derivan juicios de valor con respecto al sujeto que es mirado y formas de acción concretas de quien mira. De tal suerte, que esas acciones soportan un escenario en el cual el Otro queda “situado”.
La segunda, la da la misma De Beauvoir en Para qué la acción, escrito donde sostiene que los individuos son libres aún en las situaciones más adversas y limitantes. Afirma, el hombre “es libre en situación”, aún ante el verdugo quien se esforzará en vano, si su “víctima se quiere libre, lo seguirá siendo hasta en el suplicio, y la lucha y el sufrimiento no harán sino engrandecerlo” (1982: 86).
En El segundo sexo continua, “No hay presencia del Otro sino cuando el Otro está presente ante sí mismo: es decir, que la verdadera alteridad es la de una conciencia separada de la mía e idéntica a sí misma. La existencia de los otros hombres es la que arranca a cada hombre de su inmanencia y le permite cumplir la verdad de su ser, cumplirse como trascendente, como acto hacia el objeto, como proyecto” (1989a:181).
Por otra parte, De Beauvoir no sólo aplica el esquema existencialista al análisis de su propia vida sino a la vida de sus protagonistas, lo hace con Monique, personaje principal de la Mujer rota. En esta obra, funde literatura y filosofía permitiendo a sus lectores allegarse a la segunda de una manera concreta. Muestra paso a paso la “angustia” de Monique en su constante proceso de elección, mismo que la lleva a elegirse, irremediablemente, como una mujer abandonada.
En esta obra Monique narra su propia historia a partir de su diario íntimo, el cual ocupa el lugar de su conciencia, a través de éste se mira a sí misma, escudriña su pasado y lo resignifica en función de un presente desconcertante y de un futuro aterrador.
Monique lleva casada alrededor de 20 años y es madre de dos hijas, una casada y la otra soltera, profesionista exitosa que vive en otro continente. Desde el inicio de su matrimonio renunció a definirse desde sus propios parámetros y transformó la mirada de los Otros en fuente de su identidad. Se convirtió en su propio reflejo visto en los ojos de los Otros, no sólo de su marido e hijas sino de sus amigas, incluso de los esposos de éstas, esperando que entre todos le devolvieran la imagen que ella se había construido a partir, precisamente de los juicios de valor de ellos, de sus miradas.
Se eligió, diría Simone de Beauvoir, como una mujer sin orgullo, que fue por el mundo con paso seguro, que se cuido de no crear otro proyecto que aquel que valorizaran las personas a quienes creía seguras -su esposo e hijas- y resultó que cada uno tenía su propio proyecto y que ella desempeñaba un papel muy pobre en éste: la esposa abandonada, la madre lejana o a la que se visita una vez por semana, si hay tiempo, y sólo para asegurarse que no se haya cortado las venas.
Aquí cabría preguntarse ¿cómo era ese mundo en el que ella “estaba situada” cuando decidió que su proyecto era el de los Otros? Se podría responder que no sólo ella, sino su esposo, hijas, amigas, amigos son sujetos “situados” en una sociedad basada en una cultura masculina y misógina, que se presenta como hegemónica, en la cual las mujeres son seres de segunda, el segundo sexo como lo llamó la misma De Beauvoir, en la cual las opciones dadas a éstas se restringen al papel de esposa-madre-ama de casa.
Sin embargo, durante la vida de Monique esa sociedad sufre cambios importantes a partir de 1968, año que marca el inicio de una nueva era cuando millones de jóvenes se asumieron libres y ejercieron esa libertad con todas sus consecuencias. Pero si este era el contexto ¿qué pasó con Monique?, ¿acaso la liberación sexual y el feminismo no fueron suficientes para crearle una visión del mundo diferente a la que su madre y su abuela compartían? ¿El ejemplo mismo de su hija profesionista no le dio luz para pensarse desde otro lugar? Al parecer no, como todo ser social ciñó su conducta en función de sus relaciones con otros seres conscientes a quienes permitió le impusieran su propio concepto del mundo y que limitaran sus posibilidades de elegirse a sí misma, como una mujer diferente de aquella en la que terminó convirtiéndose.
Se podría afirmar que atendiendo a la libertad que de Beauvoir le concede, decidió “asumir” aquellas maneras de ser independientes a ella y plantarse en una actitud de espera y dependencia de los Otros. Sin embargo, en Para qué la acción, De Beauvoir afirma que “Monique negó su libertad para lanzarse por el mundo sin cálculo, sin apuestas, sin definir ella misma toda apuesta, toda medida” (1982: 108). Dejo a los otros las decisiones fundamentales en las que su porvenir estaba involucrado. Pero ¿es acaso que eligió libremente ser llevada por los otros a un futuro incierto en donde ella se quedó sola, abandonada y frágil? De nuevo responde De Beauvoir “es necesario que otro me proyecte hacia un porvenir que reconozco como mío”; esto es, “es preciso que el proyecto por el cual otro me confiere la necesidad sea también mi proyecto” (Ibidem: 106). Y es así que el proyecto de los otros no era realmente el proyecto de Monique, ella no tenía proyecto, no buscó trascender, no se eligió para ser ella misma. Finalmente, lo único que queda para ella es la soledad de una casa, de una vida.
No logró encaminarse hacia su ser, no se eligió a sí misma. De Beauvoir confirma que “Es sólo mediante mi libre movimiento hacia mi ser que puedo confirmar en su ser a aquellos de quienes espero el fundamento necesario de mi ser. Para que los hombres puedan darnos un lugar en el mundo, es necesario ante todo que haga surgir alrededor de mí un mundo donde los hombres tengan su lugar: hace falta amar, querer, hacer” (1982: 109).
Por supuesto, a diferencia de Monique, muchas mujeres a lo largo de la historia han sido capaces de “elegirse” de otra manera, han roto los estereotipos que las “situaban” en un papel tradicional y que les asignaban aquellas actividades propias de su sexo; como aquellos cientos y cientos de mujeres acusadas de brujas que murieron en la hoguera, Juana de Arco, Georges Sand, la misma Simone de Beauvoir. Todas ellas fueron capaces de “hacer algo diferente con aquello que hicieron de ellas” y buscaron en los Otros aquellos proyectos que casaban con el suyo, para entonces apropiarse de ellos.
Simone de Beauvoir decidió, a partir de “lo que los otros hicieron de ella, hacer algo diferente”; trascendió su “ser situado” para ser quien quería ser, existió como una mujer libre para “conocer y escribir”; existió como una mujer libre para amar a quien ella eligió y a su manera; eligió hacer lo que hizo para ser libre., en resumen “existió para ser”.
Conclusión
Como se mostró a lo largo de esta presentación Simone de Beauvoir es una filósofa capaz de mirarse a sí misma como objeto, es consciente de sí misma. Es libre para hacer de sí misma su propio fundamento. Existe en la medida que convierte en realidad sus posibilidades, se elige libremente, se hace a sí misma, es su propia obra. Se proyecta hacia el porvenir, trasciende en la medida que lucha por ser y cumplir su “proyecto original”, “conocer y escribir”.
En Simone de Beauvoir, el cogito cartesiano se transforma en “existo luego soy”. Pero aquí agregaría que también podemos verlo como “me miran, me miro, luego soy”. De esta forma, De Beauvoir, pasa de ser la mujer situada por la mirada de los Otros, a la mujer puesta en situación por sí misma. Se puede sostener que Simone de Beauvoir “se hizo mujer consciente, libre, trascendente y actuante hacia un fin determinado a partir de la mujer que los otros hicieron de ella y que eligió no ser”.
Así, puede afirmarse que De Beauvoir, como buena existencialista, no niega la dependencia del mundo y que por eso mismo admira “lo que alguien ha hecho con eso que hicieron de él”. He ahí la condición humana y su dimensión social.
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Mujeres que estudian

http://www.uia.mx/actividades/publicaciones/iberoforum/4/pdf/ivonnea.pdf

“El por qué del 8 de Marzo”

Por: Ivonne Acuña Murillo

Mi participación en este evento titulado “En torno al Día Internacional de la Mujer”, tiene como objetivo hablar de “El por qué del 8 de marzo”. Esto es, ¿cuál es la necesidad de que exista un “El Día Internacional de la Mujer”?. Lo expuesto enseguida es un intento por contestar esa pregunta.
“La sudadera era de color rosa, un deslavado rosa que resaltaba sobre la tierra, que la cubría casi por completo. La prenda era el vestigio de un crimen. A más de veinte metros de donde fue encontrada aparecieron los restos de la columna vertebral, un rosario de huesos desarticulados. El cráneo estaba a flor de tierra, tras unos huizaches. Una dosis más de horror: el detalle de un diente de platino con una letra “R” grabada. “El inventario de la tragedia continuó con el hallazgo de un tenis de color negro con los restos de los huesos de un pie dentro. Veinticinco metros más allá se encontró la pelvis y los despojos de las extremidades inferiores, enfundados en una pantaleta de color azul y un pantalón de mezclilla. Fueron animales de rapiña los que despojaron a ese cuerpo de la última dignidad de yacer completo”.
Esta cita fue tomada del libro Las muertas de Juárez, de Víctor Ronquillo (México, Editorial Planeta, 1999: 13), investigación periodística sobre, como su nombre lo indica, las mujeres asesinadas en Ciudad Juárez. Los restos encontrados pertenecían a la que en vida se llamara Raquel Lechuga Macías, jovencita de 16 años desaparecida en diciembre de 1995.
Lo que acaban de ver y oir es testimonio real de una de las tantas formas de violencia que sufren las mujeres en nuestro país. México se ha convertido, para vergüenza nuestra, en el centro de operaciones para lo que se conoce como Snuff Movies, películas en las cuales se ultraja sexualmente a mujeres, se las mutila y asesina para satisfacer la necesidad cada vez mayor de un grupo de hombres ricos (mexicanos y extranjeros) para quienes una película pornográfica común no es suficiente, y que con su demanda dan origen al sexo necrófilo. Las víctimas de estos atroces asesinatos son mujeres jóvenes, incluso niñas, pobres, muchas veces solas que llegan a la frontera a trabajar en las maquiladoras soñando con un mejor futuro para ellas y sus familias. Más de cuatrocientas mujeres, cuyas edades van de los 13 a los 21 años, han sido asesinadas a la fecha y más de cuatro mil están desaparecidas.
La pregunta ¿Por qué son mujeres y no hombres las víctimas? lleva a pensar en la división de la sociedad en dos sexos y en la inferiorización y vulnerabilización de uno de los dos, las mujeres, y concluir que las matan justo “por ser mujeres”, esos menudos seres, aunque las hay grandotas, que van por el mundo con “ayuda” de los hombres, pues son tontas, cobardes, poco inteligentes, poco aptas para muchas cosas, sobre todo aquellas que no tienen que ver con sus labores domésticas, como lavar trastes, barrer, cocinar, etc.
El reconocido sociólogo de la UNAM Sergio Zermeño, en su artículo “Asesinatos de mujeres en Ciudad Juárez. Maquila y machismo”, que circula por la red, afirma que las asesinatos de mujeres en Ciudad Juárez son crímenes de odio, ejecutados por hombres que cobran así a las mujeres la osadía de haber salido de casa a competir con ellos en el mercado laboral, incluso a ganarles los puestos en las maquiladoras que prefieren a las mujeres por ser más fácilmente explotables pues además de recibir un salario menor que los hombres, son más dóciles y susceptibles de ser violentadas y sometidas a largas jornadas de trabajo, todo acorde con su socialización de “sexo de segunda”.
Por otro lado, no es casualidad que sean jóvenes, pobres y solas, pues de acuerdo con criterios actuales son personas que se encuentran en un cuarto grado de vulnerabilidad, a saber: son mujeres (primer grado); son pobres (segundo grado); son jóvenes (tercer grado) y muchas están solas (cuarto grado de vulneralidad). El grado de vulnerabilidad mide las desventajas sociales de un individuo, grupo, clase social frente a otro.
Pero no pensemos en México como la excepción, la desigualdad de género y con ella la discriminación, a partir de la cual se da un trato diferenciado a mujeres y hombres, en perjuicio de las primeras, atraviesa todas las culturas, todos los periodos históricos, todos los países, todas las clases sociales, todas la religiones y se presenta en múltiples formas. Según los Informes de Desarrollo Humano del PNUD (Programa de Naciones Unidas para el Desarrollo), no hay ningún país del mundo en el que las mujeres dispongan de las mismas oportunidades que los hombres. Por lo general, las mujeres en todo el mundo:
· Ocupan menos cargos de responsabilidad, tanto en la política como en la economía.
· Reciben salarios inferiores a los hombres en trabajos similares (1/3 menos por trabajo igual).
· Son afectadas en mayor medida por el desempleo y cargan con la mayor parte del trabajo doméstico.
· Su tasa de participación en el mercado laboral es inferior a la de los hombres en todos los países. · Si trabajan se enfrentan a la triple jornada: a la del trabajo, a de las tareas domésticas, y a la sexual (recordar el estereotipo que venden las revistas de modas: la mujer ejecutiva, buena ama de casa y siempre dispuesta a satisfacer el apetito sexual de su pareja, sin importar si no ha descansado en todo el día, lo esperará con una cena especial, fresca y bella, toda una “supermujer”).
· Quedan relegadas a las tareas domésticas, que no son ni social ni económicamente reconocidas, o a trabajos sin cualificar, que requieren muchas horas de trabajo y poco sueldo.
· El analfabetismo les afecta más que a los hombres (dos terceras partes de los 876 millones de analfabetas en el mundo son mujres) y cuando saben leer o escribir padecen otras carencias educativas que las condenan a la realización de trabajos mal retribuidos y a la economía informal en bastantes casos.
· La pobreza les afecta en bastante mayor proporción que a los hombres, pues ellas son las que soportan las cargas del hogar y la crianza de los hijos (el 70% de los 1300 millones de pobres en el mundo son mujeres).
· Son consideradas como misteriosas, incompresibles, malas, tontas, débiles, cobardes, etc., por naturaleza. Acaso no han oido la canción que sonaba no hace mucho y que dice “A las mujeres no hay que comprenderlas, hay que amarlas”.
· En los países subdesarrollados, por lo general, son mayormente discriminadas hasta el punto de que hay países en los que no tienen acceso a la educación básica, ni a atención médica, ni derecho al trabajo (Afganistan).
· En muchos países aún, no disponen, por lo general, de capacidad jurídica y cualquier acto, ya sea casamiento, compra o venta, tienen que contar con la autorización del marido, padre o hermano mayor. Muchos puestos de la sociedad les son vetados (el famoso techo de cristal).
· Son manoseadas en la calle, incluso violadas, pues “para eso están”, “además les gusta aunque digan que no”.
· Cuando niñas son vendidas o cambiadas por un cartón de cerveza en estados como Oaxaca (Al año al menos 2 millones de niñas entre cinco y diez años son vendidas y compradas como esclavas sexuales, en el mundo).
· Son abandonadas al nacer, no son amantadas por su madre por ser niñas, en China.
· Son quemadas con ácido cuando, siendo solteras, no responden a los escarseos amorosos de algún hombre, en la India.
· Son mutilidades de sus genitales: les cortan el clítoris (ablación) a los nueve años, con latas, cuchillos sin desinfectar, una piedra afilada o cualquier objeto cortante, pues no tienen derecho al placer; la anestesia es el valor de la niña, que no debe emitir la menor queja si no quiere deshonrar a su familia (Las cifras 2,000.000 al año; 6,000 por día, 5 por minuto). Les extirpan los labios menores y mayores y se reduce el meato urinario, la función excretora se ve modificada y ello ocasiona infecciones crónicas al no poder evacuar la orina en su totalidad; les cosen los labios para aumentar el placer masculino a la hora de la penetración. Tribus africanas.
· Son hombres castrados, según Freud, varones malogrados según Aristóteles y Santo Tomás; inferiores, biológica e intelectualmente, débiles y frágiles, menos parecidas a Dios que el hombre, a pesar de que en la Biblia se dice que creo a ambos a imagen y semejanza suya, según San Buenaventura.
La desigualdad de género, como hemos visto, se expresa de múltiples formas, la más evidente es la violencia física que como mostré al principio, y en la lista que acabo de leer, puede ser tan brutal como los secuestros, violaciones, mutilaciones, asesinatos, etc. Otra modalidad, más común de lo que se piensa, es la violencia intradoméstica como la que se reporta en el periódico que está circulando. Según las últimas estadísticas del INMUJERES (Instituto Nacional de las Mujeres):
· 1 de cada 3 mujeres reporta haber sufrido algún tipo de violencia (física, sexual, verbal, económica, emocional).
· Alrededor de 1,200 mujeres al año son asesinadas por sus parejas.
· El 67% de las mujeres de 15 años y más han sufrido Violencia en cualquiera de los siguientes contextos: comunitaria, familiar, patrimonial, escolar, laboral y de pareja.
· A nivel Nacional un 43.2% de las mujeres sufrieron violencia por parte de su pareja a lo largo de la última relación.
· De las mujeres que viven con su pareja en el mismo hogar, el 44% reportó algún incidente de violencia emocional, física o sexual en los 12 meses anteriores a la encuesta (2006).
· De este 44% más de la mitad padece al menos dos tipos de violencia distintos, uno de los cuales es la violencia psicológica.
· Se calcula que en los últimos 17 años en el país, la violencia de pareja aumentó, entre 30 y 72 por ciento, y que en un solo año más de 7.000 mujeres tuvieron que ir al hospital, lo que equivale a que el 30 ciento de más de 24.000 encuestadas requirió atención médica.
· Se calcula que más del 90% de muertes violentas de mujeres son provocadas por sus parejas.
Sin embargo, a pesar de que la violencia física es la más visible, existen otros tipos de violencia más sútil ejercida por los hombres en contra de las mujeres, la verbal, por ejemplo, en la que el uso cotidiano del lenguaje tiene un papel preponderante y puede esconder la discriminación e inferiorización de las mujres. Puede ser tan aparentemente “intrascendente”, como el despersonalizar a las mujeres al referirse a ellas no por su nombre, sino por alguna de sus características o su ocupación de manera peyorativa “oye chaparra”, “oye gorda”, “oye monja”, olvidando que antes que chaparra, gorda o monja es un ser humano, con nombre y apellido. Otra forma es la utilización de un lenguaje zoes, vulgar, acompañado del doble sentido y el albur para reducirlas, intimidarlas y ofenderlas, sabiendo de antemano que la mayoría de ellas no se atreverá a constestar en los mismos términos (por supuesto este tipo de agresión va dirigida también a hombres en posición de desventaja frente a otros).
El lenguaje necesita una mención especial ya que desempeña un papel trascendental en la construcción del imaginario social y de la personalidad individual. El mismo Wittgenstein (1921) afirmó en su obra Tractatus lógico-philosophicus que los límites del lenguaje son los límites del pensamiento. Esto es, que la mentalidad colectiva y la conducta individual están condicionadas por el lenguaje. A su vez éste es reflejo de la cultura y del orden social en su conjunto. Así en todas las sociedades las lenguas muestran señas lingüísticas de la distribución de los papeles en función del sexo, del lugar de cada sexo, de la valoración asignada a unos y otras. La lengua española, por ejemplo, es androcéntrica y presenta al varón como el núcleo y punto de referencia de todo el universo y hasta puede llegar a tener tintes misóginos. De ahí la importancia de visibilizar a las mujeres a partir del uso de expresiones como ciudadanos y ciudadanas, niñas y niños, y evitar el uso del genérico “hombres” que supuestamente las incluye, cuando múltiples ejemplos históricos desmuestran lo contrario. Haciendo análisis particulares se encuentra que los sistemas lingüísticos de sociedades patriarcales presentan una clara óptica masculina y un frecuente desprecio hacia el sexo femenino. (Ver el cuadro de “Sexismo lingüístico”).
Todo lo hasta aquí referido explica el sentido de un Día Internacional de la Mujer, el cual tiene sus orígenes en el movimiento internacional de mujeres socialistas de finales del siglo XIX, cuya finalidad exclusiva era promover la lucha por el derecho al voto de las mujeres, sin ningún tipo de restricción basada en el nivel de riqueza, propiedades o educación.
El día exacto parece estar relacionado con el 8 de marzo de 1917, en el que las mujeres rusas se amotinaron ante la falta de alimentos, dando inicio al proceso revolucionario que acabaría en el mes de octubre de ese mismo año. Otras lo relacionan, al parecer erróneamente, con un incendio en la fábrica Cotton de Nueva York, cuyas trabajadoras se declararon en huelga y ocuparon la factoría. El dueño decidió cerrar las puertas, incendiándose la fábrica y pereciendo las 129 mujeres que se encontraban en su interior. Pero, sea cual sea su origen es un buen pretexto para recordar lo hecho pero sobre todo lo que falta por hacer.
Finalmente, si me preguntan ustedes por qué soy feminista, con lo dicho hasta aquí, la respuesta salta a la vista. Por supuesto no hablo de la versión vulgarizada y trasnochada del feminismo, aquella que justifica todo tipo de excesos y desviaciones, que ha trascendido entre quienes no saben o no quieren saber que muchas mujeres en el mundo se han atrevido a romper las ataduras de la tradición masculina misógina que las oprime y minimiza (incluso arriesgando su integridad física y la vida) para darnos a otras la posibilidad de estar aquí, como docentes y alumnas y no sólo como “las que sirven el café y acaso adornan el salón con su presencia”. Hablo del feminismo que es a la vez pensamiento filosófico, teoría, movimiento social, convicción. Para mí ser feminista no es buscar la oportunidad para entrar a las cantinas, para ser infiel, para vestirme como hombre, para humillar y golpear a mi marido o estar en contra de los hombres, sino asumir una posición política en contra de la discriminación y la violencia hacia las mujeres. Para mí sería inmoral, éticamente incorrecto hacerme de la “vista gorda” o “fingir demencia” -cómodamente situada en mi posición clasemediera de mujer, académica y ama de casa- ante el enorme sufrimiento humano que causa la discriminación hacia las mujeres y sus hijos e hijas. Y si ser feminista es un defecto, ¡Gracias Dios por no hacerme tan perfecta!
Aclarado el punto, cierro esta participación con un poema de Alaide Foppa, feminista, poeta y activista desaparecida en Guatemala por acción del gobierno del general Romeo Lucas García, al que se atrevió a cuestionar, el 19 de diciembre de 1980. Antes de su desaparición Alaíde formaba parte de la redacción de la revista Fem, impartía clases en la UNAM y conducía el programa radial “El Foro de la Mujer”, un espacio de denuncia, en el que campesinas guatemaltecas contaban cómo los militares llegaban a sus comunidades, mataban a sus hijos y las violaban para obligarlas a confesar dónde estaban los guerrilleros.

MUJER
Es un ser que aún no acaba de ser. No la remota rosa angelical que los poetas cantaron no la maldita bruja que los inquisidores quemaron no la temida y deseada prostituta no la madre bendita no la marchita y burlada solterona no la obligada a ser bella no la obligada a ser mala no la que sabe decir siempre sí. Es un ser que trata de saber quién es y empieza a existir.
Alaíde Foppa.

México, ¿Empoderamiento ciudadano?

http://www.uia.mx/actividades/publicaciones/iberoforum/2/pdf/ivonne_acuna.pdf

México, nación golpeada

Por: Natalia Gontero
Agenda de las mujeres. El portal de las mujeres argentinas, iberoamericanas y del Mercosur
http://agendadelasmujeres.com.ar/notadesplegada.php?id=2949

Con valor y con verdad

Gustavo Rentería
http://www.teleformula.com.mx/Programas/valoryverdad/articulos.asp?ID=61219

"LA BRILLANTADA: ¿TIEMPOS EXTREMOS REQUIEREN MEDIDAS EXTREMAS?"

Por: Ivonne Acuña Murillo Hora tras hora, días tras día, año tras año, siglo tras siglo, las mujeres han sido ofendidas, humilladas, golpead...